La actitud religiosa que encontró en sus
enfermos el psicoanalista Sigmund Freud fue traducida como un símbolo encargado de
apaciguar las angustias humanas. En la infancia, la solución vendría por el lado de los
padres que, con su amparo, además de aminorar tal angustia, producirían en
el hijo una cierta imagen de omnipotencia. Cuando el niño alcanza la edad
adulta, continúa necesitando esa imagen simbólica de paternidad y amparo, y al
no encontrarla en sus padres naturales, por el paso de
los años, la hace reaparecer en el seno de su fantasía, con el nombre de
Dios. Lo importante no es que Dios exista o no, sino la función que a nivel simbólico esta idea ejerce en el hombre, protegiéndole y amparándole en sus frustraciones e inseguridades.
La "omnipotencia"
Según Freud la omnipotencia es más bien una impotencia, ya que la hace depender del hombre, de sus antojos y caprichos, y le está subordinada como un esclavo a su amo. Por ello, el hombre se convertiría en el ser omnipotente y antojadizo que utiliza a Dios como a un esclavo para satisfacer a nivel simbólico sus apetencias infantiles y desangustiarse.
El silogismo freudiano se reduce en tres puntos:
- La religión conduce y acrecienta el narcisismo humano (al posibilitar la vivencia de una omnipotencia simbólica sostenida por la imaginación).
- Todo narcisismo es una neurosis (en cuanto que aparta al hombre del principio de la realidad).
- Luego la religión neurotiza.